En ese oscuro jardín la voz se difumina, los sentimientos se evaporan al ritmo de los latidos de un corazón, las palabras pierden el sentido; la tinta de mi pluma, vaga entre el perfume de las rosas.

Y entre todas las rosas, ahí se encuentra la más singular, una rosa negra, que aprendió a ser diferente, a sobrevivir entre espinas y sin corona de laureles. Como un ifrit sin deseos para cumplir.

domingo, 25 de diciembre de 2011

Retales de un amanecer



Meto la llave en la cerradura y todo me huele a soledad y a abandono.
            Lo sé, ahora mi vida es lo que siempre temí, un pretérito imperfecto mal conjugado o un gerundio que no se cómo conjugar.
Esta es una de las tantas palabras que quisiera decirte, pero que no podré por que tú ya te has ido…
La gente me mira y me sonríe intentando infundirme valor, y entre todo el silencio que hay dentro de mí, yo trato de compensar esa sonrisa con palabras vacías de sentido, con palabras que han perdido la cordura…
Ya ni si quiera sé por qué me empeño en creer que eres parte de mi piel, me gusta creerlo, me gusta pensar que aún estas aquí, junto a mi, susurrándome que hoy solo es un día malo en el pasado…
Me gusta rezar oraciones en ese lugar que solo es nuestro y de nadie más. Siento dentro de mi pecho los latidos que tu cuerpo ya no me trasmite.
Hay cuestiones que no encuentran respuesta, solo las tenía cuando estabas aquí.
No puedo comprender por que tuviste que marcharte, dejando en mi, tantos rotos que no se remiendan con ninguna costura.
Hoy he caminado tratando de encontrarte, tratando de encontrar sentido a toda mi vida.
He sentido las hojas de otro otoño más que ya no vivirás, crujir bajo mis pies.

Me he acercado lentamente hasta ti y te he dejado doce rosas rojas y un clavel blanco. Si, esta es mi forma de pedirte perdón; perdón por  no saber que esto podía pasar, por odiarme, por no ser más fuerte, por no creer más en ti,más que el silencio sobrecogido de las catedrales.
Contigo sobrepasé el umbral de todas las incertidumbres que hoy atormentan a mi cabeza acorazada.
En una mano llevo una foto que ha sentido ese paso del tiempo, sobre la otra mano llevo todas esas ilusiones que perecieron; y en mis bolsillos, en mis bolsillos llevo todas esas batallas a las que no me enfrenté, quizás por cobardía.
Me gustaba escuchar esa frase tan tuya “Todo tiene solución”,  y después perderme  a la deriva entre tus abrazos y caricias.
Creer que todo podía suceder, como si de un guiño de ojos se tratara. Sentada en ese banco en el que pase tantos momentos, sintiéndome como una niña a la que nadie obligó a madurar.
 Recorro, con la yema de mis dedos, una foto que muestra felicidad, pero que ahora solo me evoca dolor y tristeza; es como esos sueños deliciosos que no dejan, al despertar, más que la tristeza de haberlos soñado. Es como un panegírico al valor que no tengo, un elogio estúpido que no tiene razón de ser.
Paseo por las calles que son travesías sin salida, donde la gente se pierde. Un basurero barre la impasible memoria de sus días. Me pregunto quién recogerá y reciclará nuestros despojos, y quién comprará nuestra colección de instantes en fascículos.
Me duele recordar aquella tarde, como siempre yo vestía mi traje de galas, la falda roja y una camisa  a rayas y una chapita con mi nombre que quizás sea un trofeo.
La gente corría por los pasillos con esa necesidad de todo y de nada un abismo donde se pierde la cordura y que no logro comprender.
La melodía del “pi,pi,pi” se combinaba con arpegios y números, “son treinta euros señor”, ¿perdone tiene usted vales?, “gracias y buenos días”…pero esto se interrumpió con el estridente sonido de un altavoz: “bárbara, acuda información, bárbara acuda a caja” cerré mi caja y corrí a recibir una noticia, un acaecimiento que cavaría mi posterior fosa donde yacerían mis fuerzas sobre las ruinas de las ruinas de mis palabras.
El desasosiego tiñó mis ojos, cogí mi abrigo y corrí al metro, baje en la parada 7 y subí las escaleras de dos en dos, tropecé con ese edificio que se abría ante mis ojos y mis ideas desordenadas se ordenaron con el clic de una cerradura, te estabas muriendo, la vida es un fraude pensé.
Anduve hasta las puertas de eso que llaman hospital, sus puertas me tragaron como fauces y me abandoné al presagio de que todo era un engaño.
Y abrí lentamente la puerta, estabas rodeado de tubos, máquinas y personas desconocidas, todas con los ojos rojos y la cara con caudales de lágrimas.
Me acerque lentamente, sin apenas hacer ruido, no se de donde saque las fuerzas para rozar mis manos con tus mejillas, tus ojos cerrados que ya no tenían esa luz negra como el azabache, como el carbón quemándose al fuego de una hoguera. Los míos rompieron a narrar sobre el lienzo de mi piel el dolor, con sus lágrimas con sabor a sal.
Y luche con mis fuerzas para trazar un credo sobre la cal de esas paredes para decirte adiós y ser capaz de luchar sobre las cenizas de mi alma.
Debí de saber que pasaría pero no quise creerlo, no quise creer que eso que llamaban vestidos de blanco, con un estetoscopio con el cual son capaces de oírte los latidos del corazón pero no la razón de sus latidos; recuerdo sus palabras, “tiene cáncer” y…”no le queda demasiado, disfrute del poco tiempo”, aquel día me di cuenta de que te iban a arrebatar de mi lado, tan pronto como llego el invierno, que convirtió la llama de sol del crepúsculo en una brizna helada  de viento.
Un sopor sin escrúpulos me conduce hasta el alba mientras mis manos temblorosas apartan las nubes para encontrar el mundo, pues puede que quizás tu me esperes tras la niebla.


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