En ese oscuro jardín la voz se difumina, los sentimientos se evaporan al ritmo de los latidos de un corazón, las palabras pierden el sentido; la tinta de mi pluma, vaga entre el perfume de las rosas.

Y entre todas las rosas, ahí se encuentra la más singular, una rosa negra, que aprendió a ser diferente, a sobrevivir entre espinas y sin corona de laureles. Como un ifrit sin deseos para cumplir.

martes, 21 de junio de 2011

Víctor

Cómo cada atardecer se puede observar a aquella niña, ya hecha mujer, pero no por la edad si no por el tiempo que la obligó a madurar, que camina por un callejón oscuro.
Se puede escuchar cómo crujen las hojas muertas, que han dejado desnudos los árboles...

En una mano lleva una foto que ha sentido el paso del tiempo sobre ella en la otra mano lleva todas las ilusiones que perecieron, en sus bolsillos lleva todas las batallas a las que se enfrentó...
Se sienta en aquel banco en el que pasó tantos momentos a su lado cuando aún era níña, cuando el mundo no la había obligado a madurar y mira la foto raída al igual que sus esperanzas de un futuro sin el...
Sus ojos contemplan esa imagen, en la que el un anciano que jamás conjugó el verbo no puedo, ese anciano que vivió más felicidad que nadie, pero menos de la que se merecía, dió más de lo qué podía y pidió menos de lo que quería...
sólo por tratar de hacer feliz a esa niña de sus ojos...su niña.
Una tibia lágrima surca mis ojos, sus ojos, los de esa niña que fue feliz al lado de su abuelo y allí estoy junto a él dónde los sueños NUNCA SE CONSUMEN

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